Él arrastra por las aceras
una caja transparente
que contiene mercancías
que no se pueden ver.
Está llena y es pesada,
y él juega a nombrar sus contenidos
aunque nunca los ha visto
ni entiende su utilidad.
Los nombres que les pone
son nasales y ridículos,
pero si no los bautizara
no podría soportarlos.
La caja es una carga
que le encorva la columna,
la vista se le apaga
intentando apreciarla.
Él no existe sin su caja,
nadie podría verle.
La caja no está vacía,
pero él ha vendido la luz.
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