Frustrados los intentos
del pintor marginado
por recorrer a brochazos
los ríos de tu pelo,
mi mirada se rinde
y renuncia a tu muerte.
Caes muchas veces,
casi a diario,
y casi siempre te rompes la espalda.
La oigo crujir
al besar el asfalto,
un susurro celestial
que me entrega a Dios.
Los ríos de tu pelo
parecen a veces serpientes
que se retuercen, lascivas,
para que no pueda pintarlas
mi mirada marginada.
Avísame cuando caigas,
susúrrame tu cénit.
Avísame cuando ardas,
implórame un poema.
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