martes, 31 de enero de 2017

El compositor

Martes por la noche, frío otoñal. Las voces de las doscientas personas que se han reunido en el salón de actos para ser testigos de la presentación ya lo ahogan como una mano enemiga. Oye su propio nombre repetido por gentes distintas, ajenas, que no conoce y no le conocen.
    Apura otro trago de cerveza negra y la mezcla con un par de sus antidepresivos favoritos. Hace tanto que depende de ellos que ni siquiera nota ya su efecto, pero irán bien con el alcohol. Funcionará mejor. Como se espera de él.
    Todo el mundo parece creer que uno es mejor cuando sabe explicar lo que hace y por qué lo hace. «¿Cuáles son los temas que aborda en este trabajo? ¿Es cierto que algunas de las canciones del álbum están dedicadas a una antigua pareja?», preguntas que respondió por escrito hace apenas unas horas; todavía saborea entre los dientes lo falso de sus palabras en la pantalla del ordenador.
    No sé qué es lo que hago, esa es la verdad. No sé por qué lo hago ni si lo hago bien; probablemente no, no lo hago bien. Las cuestiones técnicas se me escapan y no me queda paciencia para hacerme cargo de ellas. No me gusta que se entrometan y me den consejos. No quiero reconocimiento ni aplausos, no quiero palabras gratuitas. Y, desde luego, no quiero ni oír hablar de críticas. Sé lo que dicen de mí. Sé que me consideran un músico incorrecto, que se salta las bases más estrictas de lo que se supone que es este arte y compone temas que no son más que tapices irregulares hechos con telas que no encajan e hilos que no combinan bien. Quieren verme para tener material con el que respaldar sus afirmaciones. Saben que si no me he defendido hasta ahora es porque no puedo defenderme.    Después están los otros, los que creen que han llegado al fondo de mi alma porque conocen cada nota de mi discografía. Escriben opiniones eternas y edulcoradas sobre mí como si fuera el antihéroe romántico de alguna novela de Goethe. Soy, afirman, un hombre torturado, con un pasado siniestro; un ermitaño que no se relaciona y vive rodeado de demonios. Alguien herido.    En algunas cosas tienen razón.

    Se seca de nuevo el sudor de la frente, las mejillas, el cuello. Los dedos le tiemblan ligeramente, como si fuera a bordo de un tren. Sabe que es probable que no sea capaz de hablar, que se dejará en ridículo como siempre lo ha hecho. Que ni siquiera tendría que haber aceptado dar la rueda de prensa en ese prestigioso auditorio por el que han pasado personas con las que no tiene nada que ver. Personas con talento, según juzga la sociedad; no a su criterio, no todas, pero no funciona así. Su criterio no importa. Quizá ni siquiera tenga sentido que alguien como él tenga un criterio.

    Me enciendo un cigarro. Hacía meses que no fumaba uno, pero agradezco que me lo hayan ofrecido, porque necesito tranquilizarme y las pastillas no están funcionando. El corazón me late muy deprisa y tengo miedo de que de pronto se pare o se acelere tanto que no me permita respirar.    Tomo una decisión rápida: no voy a salir. Me excusaré como sea, diré que me encuentro indispuesto, que otra vez será. Sólo que, si lo hago, sé que no habrá más ocasiones. Me iré sin mirar atrás. Me negaré a aceptar cualquier llamada que tenga algo que ver con esta noche. Esta responsabilidad no será mía, no he firmado ningún papel. Simplemente huiré, como siempre hago, y dentro de un tiempo ya nadie se acordará de lo que ha pasado. No les volveré a interesar. Pensarán en mí como ese cobarde que no fue capaz de coger el micrófono y explicar qué es lo que hace y por qué lo hace.

    Recuerda, en un instante de lucidez, que se lo prometió a ella. La única relación real que ha tenido en su vida y con toda seguridad la única que se llevará a la tumba. Y ni siquiera fue lo que se espera que sean las relaciones. Ni siquiera pudo darle nada de lo que se supone que uno da.
    Ah, Victoria. Le debe tanto que no sabe si aún la ama o si maldice el día en que se conocieron. Quizá ninguna de las dos cosas. Tal vez nunca la ha amado y jamás la ha conocido. Pero se lo prometió. Si queda algo de aquellas semanas que compartieron, es esa noche, en ese auditorio, ante las doscientas personas que mantienen efusivas conversaciones al otro lado de la puerta.

    El disco es para ti, eso es cierto. Lo escribí tumbado a tu lado, apoyándome en la parte baja de tu espalda mientras decías cosas absurdas sobre mi sentido del humor y lo valiente que era aunque pensara lo contrario.    Algunas veces creo que has sido sólo un producto de mi imaginación. Que nunca nos conocimos, que ni siquiera existes. Hemos desaparecido por completo de la vida del otro. Durante dos meses infinitos, mis veinticuatro horas te pertenecieron aunque nunca llegué a dártelas. Y, después, la nada. Aunque me aferro a la idea de que has estado aquí, de que has servido de soporte a mis partituras, se me olvidan tu olor y tu textura, y las notas dejan de tener sentido.    He escrito un disco para un fantasma, y he cometido el error de querer cumplir una promesa que jamás hice. Es hora de despertar. Despierta.

    Da un bote al notar que alguien le toca los hombros y tira al suelo la colilla medio usada. Se gira y siente terror y admiración al mismo tiempo, una mezcla vertiginosa que nada tiene que ver con todo lo que ha bebido esta noche. La observa como quien mira a su peor enemigo.
    Victoria. Alta, hippie, envejecida por los años. Se le forman arrugas cuando sonríe y él da un paso atrás. Está ahí, frente a él, con la misma expresión de siempre. Empujándolo.
Me has hecho esperar demasiado tiempo – dice ella -. ¿Cómo has podido ser tan cruel? Todos estos años... nunca me he olvidado de ti. Siempre estaba pendiente.
    No responde. Apenas puede pensar en los acordes arrancados a su piel, ni siquiera recuerda cuáles eran las canciones que hablaban de ella. Una voz le presenta, haciendo referencia a su carrera como compositor de diversas bandas sonoras y a las colaboraciones que ha hecho con algunos artistas de renombre. Pronuncia títulos que no le dicen nada y nombra estilos que le son ajenos.
    Al otro lado de la puerta, hay doscientas personas que esperan verlo llegar. Le sacarán fotos que compartirán con sus contactos y formularán preguntas sobre cosas que no entiende. Hablarán de música. Y él no sabe nada de música.
    - No puedo hacerlo.
    Ella extiende la mano y la desliza por su cara. La ternura sigue viva en sus ojos y el calor que irradia le devuelve cierta calma. Observa las bisagras metálicas que lo apartan del otro lado y después intenta buscar una vía de escape que el fantasma de Victoria no pueda impedirle alcanzar.
    - ¿Cuántas veces más vas a huir de ti mismo? - pregunta Victoria - ¿Cuándo te vas a aceptar? ¿Cuándo te vas a permitir existir tal y como eres? ¿Cuándo vas a dar algo real a los demás? ¿Cuándo te vas a dar algo real a ti mismo?
    - Basta.
    - Sabes que esas canciones que escribías en mi espalda eran mentiras. Sabes que yo era mentira. ¿A qué esperas para ser sincero?
    - Vete, Victoria.
    - Por una vez, sé honesto. Entra en esa sala y explícate a ti mismo qué es lo que haces y por qué lo haces.

    Doy media vuelta y camino por el pasillo sin apenas escuchar los aplausos que me acompañan. Aunque puedo ver a la gente en sus asientos, a los cámaras preparados para sacar la mejor fotografía del evento y a algún periodista que empieza a tomar notas (quién sabe de qué) en su cuaderno, nada de ello ejerce un impacto verdadero sobre mí.
    Ya no tiemblo. He dejado de sudar y he recuperado el pulso. Estoy un poco borracho y me cuesta subir los escalones del entarimado. No miro a nadie a los ojos y no escucho la voz que me recuerda lo agradecida que se encuentra la organización.
    Victoria ha desaparecido. Y yo, con ella, me diluyo en la noche.
    - Cuento mentiras, y lo hago porque desconozco la verdad. 

domingo, 8 de enero de 2017

Elisa

Cómo llora en las noches de tormenta, 
cómo la asfixia el recuerdo 
de aquello que nunca fue.

Cómo pintan las lágrimas sus ojos, 
cómo el sueño la quema 
y su ceniza humea.

Cómo rechinan sus dientes de leche, 
cómo resuena la nana 
que surge de sus labios.

Oh, si escucharas cómo llora. 
Oh, si escucharas cómo canta.

Cómo llora en las noches de luna llena, 
cómo se hacen sus lágrimas tormenta.

Cómo se cierra su garganta, 
cómo camina a ciegas.

Oh, si escucharas cómo ríe. 
Oh, si escucharas cómo calla.

Cómo envuelve el pasado sus manos 
vírgenes y blancas.

Cómo calza el vacío sus pies 
secos y viejos.

Oh, por las noches es sirena. 
Oh, por las noches es princesa.

Cómo sufre enredada en sus cabellos, 
cómo anhela la luna 
y los planetas.

Cómo acaricia el arpa, 
cómo sujeta la luz 
entre sus uñas agrietadas.

Oh, si la vieras. 
Oh, si la vieras, 
prisionera de su alma, 
esclava de la inocencia.

Oh, si la oyeras. 
Oh, si la oyeras, 
chiflada y herida, 
harapienta vagabunda.

Oh, cómo inunda su llanto mis sueños, 
cómo enjuga mi rostro su sal.

Oh, cómo me ata y me ahoga, 
cómo me pisa y me quema.

Por favor... déjame dormir.

miércoles, 4 de enero de 2017

Elementos

Cuando éramos fuego, el aire a nuestro paso se contagiaba de humo y la hierba y los mosquitos se calcinaban hasta morir.
No podía existir vida en torno a nosotros, pues nos alimentábamos de ella como vampiros cuya única marca en la historia es una hilera de cadáveres drenados. 
Después fuimos tierra y dimos a luz un universo que nos consumió y nos explotó hasta esterilizarnos, reducidos a un barbecho permanente sin lágrimas.
Como agua nos escurrimos entre nuestros propios resquicios, costuras envejecidas que se iban aflojando. Empezamos a enfriarnos y tornamos el crepitar de la brasa en un chasquido seco al toparnos y rechazarnos.

Cuando éramos fuego, nos expandíamos más allá de nuestros cuerpos y en nuestro egoísmo envolvíamos en llamas ciudades y pueblos. No sabíamos parar, y lo devorábamos todo con el hambre voraz de la adrenalina.
Después fuimos tierra y parimos hijos sin alma y poemas adultos, y perdimos la rima y cosechamos un vértigo infame. 
Como agua nos deslizamos por superficies quemadas y hallamos refugio entre las raíces nuevas, y vimos partir el instinto y la luz, y nos conformamos.

Ahora flotamos sin redes y amamos sin brasa. Lo observamos todo con curiosidad, ajenos y graduados. Nos sentimos libres.

jueves, 29 de diciembre de 2016

Camposanto soleado

Tocarán,
tocarán las campanas,
reflejo de una voz
sin timbre.

Tocarán, 
tocarán por ti,
por que recuperes
la poesía.

Tocarán,
tocarán por mí
fúnebres llantos
sobre un nicho.

Tocarán,
tocarán las aves
sus aflautadas gargantas.

Tocarán,
tocarán las nubes
su silencioso llorar.

Tocarán,
tocarán las campanas
por ti y por mí,
por la inocencia.

Tocarán,
tocarán en busca
de lo enterrado
en las olas del mar.

Tocarán,
tocarán soñando 
que aún
podemos volar.

Tocarán
y se entregarán al susurro eterno.

Egea

   Hace diez minutos que la observo y sólo ahora soy consciente de que lo hago. Comenzó despacio, de forma casual, como un reptil que se arrastra por entre las piernas de la multitud sin hacer ruido. Me fijé en sus tobillos, frisos sin ornamento sobre los tacones brillantes; después el vaivén de las olas me condujo a sus muslos redondeados. 
   Un pasajero se incorpora y eclipsa su imagen, sus rodillas fuertes desaparecen durante un segundo. Parpadeo y me doy cuenta de lo que ocurre: me ha capturado como la luna se adueña de los murciélagos, y los amantes, y las pesadillas. 
   Atrás, inmune a mis deseos y ensoñaciones, suspira la vieja Constantinopla, sus cúpulas azules rociadas de rojo, decenas de minaretes rendidos al ocaso. 
   No le he visto la cara, no he contemplado sus hombros ni sus pechos, y alzo una mano arrugada para ocultar esos rasgos que me intrigan y susurran; temo que una apariencia demasiado bonita o mediocre me haga olvidar la gloria de sus piernas.
   Regreso a ellas cuando el hombre se marcha por el pasillo, cámara en mano, y en mi mente devoro cada centímetro de esas columnas toscanas doradas por el sol; me carcome la necesidad de acercarme y sentirlas bajo mis dedos, tersas y poderosas. Me imagino sentada a su lado, sin mirar nada más que esas dos sendas que se abren debajo de su cintura. Bambolearme sin poder evitarlo a cada viraje del ferry, a cada golpe del mar. Rozar mi brazo con el suyo por accidente, apartarnos sin decir nada, incómodas ambas. 
   Me imagino aprovechar el momento, centrada toda su atención en las siluetas de Estambul, para que mi muslo se aproxime al suyo desnudo, lo acaricie despacio, sin dejarse descubrir. Casi puedo notar en mi piel su rodilla fría, esos pliegues que se forman alrededor de la articulación. Casi puedo captar la tranquilidad en esas piernas que no conocen las intenciones de las mías, el calor ascendiendo de forma irrefrenable por mis entrañas, adhiriéndose a sus paredes, a sus recovecos. 
   Cierro los ojos e intento pensar en otra cosa, admirar la belleza del Egeo, la mística que envuelve la ciudad eterna, pero mi cuerpo ya arde y me muevo sin querer, busco un hueco a su espalda, finjo admirar el horizonte. Mis rodillas encuentran su costado y, temblorosas, se deslizan despacio sobre esa superficie lisa e inexplorada. Notan la tela suave y la piel arisca por debajo, se enamoran de la fricción. 
   Entonces, el sueño acaba y la chica se gira. Su cara no me dice nada, su clavícula es una extraña. En el otro extremo de ese torso moreno, sus muslos y sus tobillos dejan de ser perfectos. Toda aquella belleza se disuelve en unas facciones que no conozco y no me interesan. 
   Del calor en mi vientre quedan vivas las brasas.

lunes, 26 de diciembre de 2016

In-Grid

Frustrados los intentos 
del pintor marginado 
por recorrer a brochazos 
los ríos de tu pelo, 
mi mirada se rinde 
y renuncia a tu muerte.

Caes muchas veces, 
casi a diario, 
y casi siempre te rompes la espalda.

La oigo crujir 
al besar el asfalto, 
un susurro celestial 
que me entrega a Dios.

Los ríos de tu pelo 
parecen a veces serpientes 
que se retuercen, lascivas, 
para que no pueda pintarlas 
mi mirada marginada.

Avísame cuando caigas, 
susúrrame tu cénit.

Avísame cuando ardas, 
implórame un poema.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Babilonia

Noche, 
dame la noche, 
dame la luna y las estrellas, 
dame el descanso, 
la absolución.

Noche, 
dame la noche, 
dame la ciega oscuridad, 
dame la nada, 
el castigo.

Noche, 
dame la noche, 
dame tu mano nocturna, 
dame tu mano, 
dame un segundo.

Noche, 
dame la noche, 
dame tu ciega mirada, 
dame el descanso, 
dame el susurro.

Noche, 
dame la noche, 
dame una nimia esperanza, 
dame una doble palabra, 
el desconcierto.

Noche, 
dame la noche, 
dame silencios momificados, 
dame tus condolencias, 
la certeza.

Dolor, 
dame dolor, 
dame agujas y alfileres, 
dame tortura, 
la redención.

Dolor, 
dame dolor, 
dame la luz y las sombras, 
dame la verdad, 
el adiós.

Dame, 
dame tus ojos nocturnos.
Dame, 
dame tu soledad.

Conviérteme en tu mirada.