jueves, 3 de junio de 2021

Poema al Cabo Vilán

 



Mis pies descansaban en la roca
de espaldas al viejo faro,
en la torre imperturbable del vigía
tropezaba el trazo imaginado de una luz insuficiente.

La veía chocar contra su discípulo
con la claridad del amanecer que se imponía
y ambas llamas, real y figurada,
eran un barrito de ballena en el desierto.

No había nadie, sólo almas.
Ni la roca agreste que ejercía de pedestal
tenía entidad corpórea: el mar era un bramido;
la ruina, un aliento; mi cuerpo, liviano como una nana.

Todos éramos espíritus en aquel amanecer
y todos éramos partes del mismo susurro.
Se me agolpaban en el esófago todos los versos
de la historia de la Poesía; ni una palabra reclamaba forma.

Éramos tú y yo,
luces nacientes y luces extintas con los años,
el estruendo catártico
del silencio.

Éramos la balada del tiempo,
la chispa de la rima,
el vértigo de aquellas noches cuando te inclinabas
intentando vislumbrar tu reflejo en el mar.

Éramos tú y yo, Vilán,
excluyentes,
tu quietud en mi mirada
y el futuro a la deriva.

Éramos la ruina de un aliento,
aquella luz imaginada de trazo insuficiente,
mil cuerpos masticados por rugidos
y tantas otras almas suturadas al desierto.

Eras tú, Vilán,
y yo no era nada;
yo era tu eco 
y tu voluntad.



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